Una mesa, sillas, unos pocillos cargados con café y buena data. Todo lo necesario para desarrollar temas que mueven la aguja cotidiana y que pocos saben.
Como todos los jueves, sin excepción, a las siete en punto de la tarde, las cuatro sombras tomaron forma en la esquina derecha de la cafetería. Era como si el tiempo se detuviera para recibirlos, y Hernán, el mozo, tampoco preguntaba, sólo servía. Apenas los veía entrar, giraba sobre sus talones como si obedeciera a una coreografía ensayada. Iba directo a la máquina de café: un cortado en jarrito para el innombrable, un café chico bien cargado para el flaco, un café con leche y una medialuna para el grandote, y otro cortado para Gastón, aunque él, educadamente, siempre decía "Gracias, Hernán", como si cada jueves fuera el primero.
Como siempre, en la misma mesa, justo al lado del ventanal empañado. Esa tarde otoñal, con la mañana fría y la tarde templada, no fue la excepción. Y cada uno ocupó el mismo lugar, como si la rotación del mundo dependiera de esa disposición inalterable. A la derecha, con lentes oscuros incluso en días nublados, se sentaba el innombrable. Nadie mencionaba su nombre, pero todos sabían que no había rosca política en la que no metiera cuchara. Había pasado por tres gobiernos, dos escándalos y una renuncia voluntaria que nunca fue del todo cierta. Su cortado en jarrito era parte del rito, como su risa seca cuando anunciaba, sin decirlo, que alguien importante estaba a punto de caer. Siempre estaba informado, y hasta hablaba en códigos.
A su lado se acomodó el flaco, eterno camaleón de la política, hojeaba su celular con el dedo meñique levantado. Un tipo con pilchas que parecían más caras de lo que sus incontables cargos deberían permitir. Se decía que había empezado en la izquierda, coqueteado con el centro y ahora le guiñaba el ojo al extremo opuesto. "Tengo principios, pero también GPS", decía con sorna cada vez que lo apuraban. Todos lo consideraban el político profesional del grupo, de esos que nacen con sonrisa de campaña y sus genes con los dedos en 'V'. Ya había pasado por más sellos que una encomienda y bebía su café chico como si fuera una declaración de guerra.
Frente a él, siempre recto y olfateando el aire como quien espera una llamada invisible, estaba el grandote. Decía ser asesor legislativo, pero todos sabían -aunque nadie lo dijera- que en realidad era lobista. Manejaba números, influencias, y favores con una destreza que sólo se aprende en la calle y los pasillos de la Legislatura. Su celular sonaba constantemente, pero rara vez atendía. "Si es importante, vuelven a llamar", decía mientras mordía con precisión quirúrgica su medialuna.
Gastón, era el último en haber llegado al grupo, pero se había ganado su lugar. Sus amigos le decían el magistrado, aunque técnicamente sólo era secretario en un juzgado. Pero como el juez titular no va nunca -"un fantasma con firma digital"-, él manejaba todo. Resoluciones, audiencias, y a veces hasta la decoración de la oficina. No lo decía con soberbia, sino con resignación. Lo suyo era una vocación crónica, como la tos o la nostalgia. Escuchaba más de lo que hablaba, tomaba notas mentales y sabía exactamente qué no debía decir. A veces parecía que estaba ahí sólo para recordarles que el mundo real seguía girando fuera de esa mesa. Otras veces, parecía el único que de verdad sabía lo que estaba pasando.
Los cuatro forman un equilibrio extraño. Se cuentan todo, pero sin mencionar nombres, fechas ni lugares. Y cuando se van, lo hacen sin apuro, como si nada hubiera pasado. Pero todos los jueves, el mundo cambiaba un poco después de esa reunión.
Hernán, sirvió sin hablar, pero con un gesto breve, como diciendo "yo tampoco paré".
La conversación tardó más de lo habitual en arrancar. Había una tensión flotando, un silencio que no era cómodo, pero tampoco incómodo. Era de esos silencios que se instalan cuando todos piensan lo mismo, pero nadie quiere ser el primero en decirlo.
El flaco era el blanco de todas las miradas. Nadie lo señalaba, pero todos lo observaban de reojo, midiendo su gesto, esperando alguna lectura interna. Al final, y sin que nadie abriera la boca, dijo con un suspiro contenido: "Y bueno, ¿qué quieren, muchachos? Los gordos están devaluados, en proceso de extinción, ya no traccionan a nadie".
La frase cayó como una ficha de dominó sobre la mesa. Era lo que todos pensaban, pero nadie había querido decir, por pudor histórico. Gastón, que siempre escuchaba con cara de estar ya redactando la síntesis judicial del día, asintió con la cucharita aún en la mano.
"Estuve viendo encuestas en varios diarios digitales -aportó- y, en la mayoría de los casos, solo el 20% de los lectores estaban de acuerdo con la medida de fuerza". "Ese es el núcleo duro. El veinte por ciento que todavía sostienen", reflexionó el grandote.
"Sí -dijo Gastón, como cerrando el expediente-, aunque el resto no necesariamente esté en desacuerdo con el eje del reclamo, se espanta al ver quiénes lo convocan".
El innombrable no dijo nada, pero sonrió apenas, lo justo. Era su manera de confirmar que ya lo sabía. Siempre lo sabía antes.
Durante un rato, hablaron de otras cosas. De una interna partidaria, del escándalo narco en el sur, de un lobby europeo con olor a litio, de una jueza que viaja más de lo que falla y hasta de la famosa bodega del Valle de Uco que filma a sus trabajadores cuando están en el baño. Pero el tema del paro seguía vibrando debajo de cada frase.
Entonces, el Flaco, que venía mirando su celular con esa mueca que mezcla escepticismo y resignación, levantó la vista y soltó, casi al pasar: "Mañana viene Mauri".
Los otros tres lo miraron, no con sorpresa, sino con ese gesto automático de quien ya sabe que lo que sigue vale la pena escuchar.
"Viene a tratar de reunir lo poco que queda y abroquelarlo -siguió el Flaco, dando un sorbo a su café cargado-. Porque ya está claro que la mayoría de los dirigentes en la provincia están que se van con la vice que mueve mucho menos la aguja. Algunos ya tienen las valijas hechas". Al pedo.
Gastón arqueó una ceja, sin interrumpir y acto seguido, agregó: "Dicen que va a repetir estas visitas por distintas provincias. Que quiere ponerse al frente del partido, en serio, como en los viejos tiempos". "Me parece que ya es tarde -agregó el Flaco, dejando la taza con un golpecito seco sobre el platito- Están al borde de la extinción. Igual que nosotros y los gordos".
El grandote chasqueó la lengua con un gesto corto y disparó: "Están todos desorientados. No hay conducción, ni ideas, ni estructura. Sólo quedan reflejos. Y eso dura lo que dura una encuesta favorable".
"Tengo un amigo que llamaron para armar un diagnóstico de situación, acá en la provincia -dijo Gastón- Quieren saber si hay margen para la alianza, pero con los de allá en plan carnicería, no hay mucha carne que ofrecer. Nadie quiere sentarse a negociar cuando siente que está por caer del ring".
El innombrable volvió a sonreír, esa sonrisa mínima, casi imperceptible. Sabía que el mapa estaba cambiando, pero él ya había doblado la esquina.
"No se dan cuenta de nada -dijo el grandote- No se trata de partidos, sino de lenguajes. Están hablando en casete y la gente escucha en streaming".
El flaco asintió, sin ironía y el innombrable se enderezó en la silla, como solía hacer cuando la cosa se venía seria. "Esperen los anuncios de mañana", dijo, con un tono seco que no admitía réplica.
Los otros se miraron. Esa frase, viniendo de él, tenía peso. Siempre traía algo atrás.
"¿Qué hay?", preguntó el Flaco, acomodándose el cuello de la camisa.
El innombrable no contestó enseguida. Tomó su cortado en jarrito, dio un sorbo largo, y luego, sin levantar la voz, dejó caer las palabras: "Lo de hoy... ha envalentonado al gobierno. Se sienten con fuerza. Mañana van a anunciar el acuerdo con el Fondo. Ya está listo"
El grandote dejó lo que quedaba de medialuna en el plato y preguntó: "¿Y eso nomás?".
El innombrable negó con la cabeza. "No solamente eso. Dicen que habría plata que vendría de otros lugares. Y, además, se va a tomar una decisión fuerte. Una que muchos pensaban que se iba a anunciar recién después de las elecciones. Casi a fin de año".
El flaco se inclinó hacia adelante: "¿Estás diciendo que se juegan ahora?".
"Exactamente -respondió su amigo sin nombre conocido- Aprovechan la inercia. Lo de hoy les dio aire. Y mañana van a aprovechar la ventana. Por las dudas de que no saliera del todo bien, lo postergaban. Pero no. Ahora se lanzan".
Hernán pasó cerca y dejó un nuevo servilletero sin interrumpir. El flaco lo miró alejarse y luego volvió a enfocar a sus compañeros: "Entonces hay que estar atentos. Porque todos dicen que va a ser un super viernes. También por el anuncio de inflación. Pero me parece que eso va a ser lo de menos. Si meten ese paquete junto con el dato del INDEC, están apostando fuerte. Muy fuerte".
"También hay que estar atentos a lo que se viene en los medios de comunicación -dijo Gastón, como quien lee el título de una noticia que aún no se escribió- Tengo una bombita mediática y la cosa está que arde, muchachos".
El flaco lo miró con gesto intrigado, dejando el celular a un costado. El innombrable, como siempre, parecía que ya sabía algo, pero no dijo nada. Sólo escuchaba. El grandote se inclinó apenas y apuntando a su amigo con la oreja. Los chismes y escándalos de la farándula local los pueden.
"No se van a enterar por los medios -siguió Gastón- Porque, justamente, es gente de los propios medios los que están embarrados hasta el cuello".
"Hay un barrio, armado por una asociación, una especie de cooperativa, todos vinculados a medios: periodistas, productores, técnicos, administrativos -comenzó su alocución el magistrado- Todos compraron sus lotes, pusieron plata para la infraestructura. Gas, agua, cloacas, todo eso".
"¿Y?", preguntó el flaco, como quien ya intuía la caída.
"El que presidía la cooperativa se quedó con mucha guita. Algunos dicen que toda. O buena parte. Empezó a usar los fondos para gastos personales. Se la farreó o la desvió, vaya uno a saber. La cosa es que ya no puede reponerla. Se le fue de las manos. Los vecinos, todos colegas, se avivaron, y ya está la denuncia".
"El problema no es solo la guita -aportó el Grandote, que también sabía del tema-, sino que ahora eso explotó dentro del medio en el que trabaja este tipo".
"¿Y qué tiene que ver el medio? -preguntó el flaco, curioso- Si es algo personal...".
"Ese es el tema -respondió el Grandote- Que no es tan personal cuando varios de los damnificados también trabajan ahí. Algunos compañeros directos. Y hay colegas de otros medios e incluso familiares, que como no lo encuentran en su casa, lo fueron a buscar a la empresa".
El Flaco soltó un silbido corto: "Feo".
"Muy -asintió el Grandote- Los dueños del medio ya están al tanto. Y preocupados. Porque esto mancha, aunque quieran barrerlo bajo la alfombra. Hasta hubo escándalo en la puerta del edificio. Un par lo estaban esperando y lo encararon al ingreso, otros en plena redacción. Se está convirtiendo en un problema institucional".
El Innombrable dio otro sorbo a su cortado y murmuró: "No va a tardar en reventar. Si hay algo que los medios no toleran es quedar en evidencia de puertas para adentro".
"Exacto -dijo el grandote- Y nadie quiere que esto salga. Por eso, hay silencio total en los portales. Están todos cubriéndose".
Los cuatro rieron, con ese humor cínico que sólo sale cuando se sabe que todo puede empeorar.
"Hablando de medios. -dijo el flaco extendiendo las manos - ¿Se acuerdan que les conté del nuevo CEO? El que venía a hacerse cargo de toda la sinergia estratégica de un multimedio.
El grandote asintió sin levantar la vista del celular, y el innombrable solo giró ligeramente la cabeza, dándole luz verde para que siguiera.
"Bueno - prosiguió el escuálido- Esta semana ya se cobró sus dos primeras víctimas".
El grandote levantó una ceja. "Ajuste fino", dijo, y mirando por la ventana empañada, masculló: "Qué país extraño este. Cuando los medios limpian con más precisión que la Justicia"
"Y mucho más rápido", agregó el flaco.
Hernán se acercó con la cuenta, aunque sabía que no hacía falta. Era parte del ritual. El grandote dejó los billetes doblados, Gastón puso otro enrollado en la oreja de la taza, el flaco sobreactuó con un billete grande y el innombrable simplemente se levantó y desapareció tras la puerta como un humo espeso.
Afuera, la ciudad mantenía su ritmo sin sobresaltos, como si el paro hubiese sido apenas un malentendido. El reloj seguía marcando las horas, pero la mesa 9 sabía que el tiempo real pasaba por otros carriles.
Hasta el próximo jueves. A las siete de la tarde. Como siempre.