Leonardo Favio dejó a la provincia en lo más alto con su música.
Había una vez un chico de Mendoza que soñaba con los escenarios cuando apenas tenía voz para gritar sus sueños. Se llamaba Leonardo Favio, aunque todavía era Fuad Jorge Jury, el hijo de una madre fuerte y una infancia sin lujos, donde las canciones se mezclaban con los ruidos del viento cuyano y las penas tempranas.
Creció entre calles polvorientas y silencios largos, de esos que solo se rompen con la imaginación. En algún momento entendió que podía transformar la tristeza en melodía, que los dolores podían tener acordes y que los recuerdos cabían en una canción.
Dicen que el destino empezó a cambiar el día en que alguien le prestó un micrófono y una cámara. Desde entonces, ya no fue solo ese muchacho mendocino de mirada suave: se convirtió en un narrador de almas. Primero en el cine, donde filmó amores imposibles, barrios pobres y silencios hondos; después en la música, donde su voz se volvió refugio de millones.
Cuando cantaba, parecía que el mundo se detenía. "Fuiste mía un verano", "Ella ya me olvidó", "Chiquillada"... cada palabra tenía la nostalgia de un país entero. No era solo un cantante: era un hombre que entendía el dolor ajeno como propio.
Leonardo Favio nunca olvidó de dónde venía. Su Mendoza natal vivía en cada canción, en cada historia que contaba con la voz quebrada. Era un artista que no necesitaba luces para brillar; le bastaba con su humanidad.
Y aunque el tiempo se llevó su figura, su voz sigue viajando en los vinilos, en la radio, en la memoria de quienes alguna vez amaron con sus canciones.
Porque hay historias que no mueren, solo se vuelven melodía. Y la de Leonardo Favio, el mendocino que soñó con cantar el amor del mundo, es una de ellas.

En 2009 falleció dejando un auténtico legado en el país.