Si algo caracterizó siempre a Cristina fue su megalomanía. Esa sensación de que está por encima de todos, de que la ley es para los demás.
Cristina Fernández de Kirchner reaccionó con su clásico cinismo cuando el Gobierno Nacional anunció que la denunciará por estafa y defraudación. ¿Y qué dijo? Que Milei necesita un psiquiatra. Pero, ¿quién lo necesita en realidad? ¿El que denuncia o la que se cree un ser superior, intocable, casi de la realeza?
Porque, a ver, ¿con qué cara Cristina habla de "estafa" cuando por años cobró un desarraigo que no le correspondía? Se supone que es un extra para los senadores que viven lejos de la Capital, pero ella reside en su departamento de Recoleta. ¿Dónde está el desarraigo ahí? Un pequeño "error" que le costó millones al Estado. Y no es lo único. Sus maniobras con la obra pública, los hoteles, los bolsos de José López, la causa Vialidad. Pero, claro, en su mundo nadie puede tocarla.
Porque si algo caracterizó siempre a Cristina fue su megalomanía. Esa sensación de que está por encima de todos, de que la ley es para los demás. Se rodea de aduladores, habla desde un pedestal y ahora se escandaliza porque alguien se atreve a denunciarla. ¿Pero qué esperaba? ¿Que la impunidad fuera eterna?
Algunos políticos realmente se creen de otra casta, pero no la que denuncia Milei. No, la verdadera casta es la de los que gobernaron como si el país fuera su hacienda personal. Y Cristina es su máxima exponente. No importa cuántas denuncias tenga, cuántas pruebas se presenten, siempre se victimiza. Pero esta vez la jugada es diferente. El Gobierno no le tiene miedo y va a fondo.
Así que, señora ex presidenta, menos diagnósticos psiquiátricos, más explicaciones y devolviendo lo cobrado se más. Porque si alguien necesita terapia, es quien sigue creyendo sus propias mentiras.