Karina Escandarani tenía 36 años cuando en 2003 subió a un avión junto a su marido y sus dos hijos rumbo a Brasil.
Karina Escandarani tenía 36 años cuando en 2003 subió a un avión junto a su marido y sus dos hijos rumbo a Brasil. El plan era simple: vacaciones, descanso y la alegría de ver amigos. A esa felicidad se sumaba una noticia reciente: estaba embarazada de su tercer hijo. La familia crecía y el viaje aparecía como un pequeño festejo anticipado.
Pero al llegar a San Pablo, todo se quebró. Notó una pérdida de sangre que nunca había tenido en sus embarazos anteriores. No dudó: conocía la ciudad, había vivido allí, sabía a qué clínica ir. Los estudios fueron rápidos y la respuesta, brutal. Una médica le aseguró que el embrión no había crecido bien y le entregó una pastilla para expulsarlo. Karina salió del consultorio destruida. Su cuerpo decía otra cosa: el pecho hinchado, las náuseas, esa certeza tan física que solo entiende una mujer que ya estuvo embarazada antes. Sintió, con una firmeza inexplicable, que su bebé seguía ahí.
Le pidió a su marido que se quedara en Brasil con los nenes. Ella quería volver a Buenos Aires y buscar a su obstetra de confianza. Y así fue: al día siguiente estaba en su consultorio, contando lo ocurrido y entregándole los análisis. Su médico coincidió con el diagnóstico brasileño. hasta que Karina insistió en que quería una ecografía antes de tomar cualquier decisión.
La ecografía lo cambió todo. El embarazo seguía adelante y el bebé crecía perfectamente. Su obstetra fue claro: la única explicación posible era un error humano en Brasil. Si ella hubiera obedecido sin cuestionar, esa vida se habría perdido. Pero no fue así. Y por eso existe Nico.
Karina nació en Palermo, creció con sus padres y su hermana Gisela, y siempre se debatió entre la psicología, la moda y la educación física. Finalmente eligió este último camino al mismo tiempo que cosía trajes de baño y lencería para los negocios de su mamá. Terminó encontrando en ese oficio un lugar donde se sintió cómoda y libre.
Se casó con Edgardo a los 27 años. Después llegaron Micaela, en 1997, y Diego, en 1999. La vida los llevó a Brasil por trabajo en plena época del boom del "todo por dos pesos". Pero en 2003, ante la enfermedad terminal de su suegro, regresaron a la Argentina. Los chicos tenían 4 y 6 años.
Dos años después volvieron a Brasil solo por vacaciones. Ese viaje, el mismo que terminó abruptamente por la pérdida que alarmó a Karina, fue el que finalmente confirmó que Nicolás venía en camino. El embarazo transcurrió sin sobresaltos y el 26 de septiembre de 2005 nació el tercer hijo de la familia. Por primera vez, Karina decidió pausar el trabajo y dedicarse a él durante sus primeros años.
Los años siguientes fueron de fútbol, escuela, vida doméstica y felicidad. Nico jugaba como delantero y era el goleador del equipo. Hasta que, a sus 6 años, algo empezó a cambiar. Dolor de cuello, cansancio, vómitos. El pediatra restó importancia al principio, pero luego un traumatólogo pidió una tomografía. El estudio llegó con una palabra que nadie quiere escuchar: meduloblastoma.
Karina recibió el diagnóstico sola, casi sin entenderlo. Lo leyó una y otra vez, pero la cabeza no podía procesar. Era como si la información rebotara sin entrar. Le contó a su marido, llamó al pediatra, volvió a mirar a Nico jugar, tratando de sostener una normalidad que ya no existía.
El tumor requería cirugía. El 8 de marzo de 2012, Nico entró al quirófano. Le extirparon casi todo, pero el posoperatorio tuvo una complicación imprevista: no despertó. Cayó en coma. Pasó un mes entero así. Tres especialistas distintos dieron el mismo pronóstico: irreversible. La palabra que ninguna madre puede escuchar sin romperse.
El gol que lo cambió todo
El 8 de abril, justo un mes después de la operación, jugaban Atlanta contra River. En la casa de los Hersztenkraut son todos fanáticos de Atlanta. Edgardo decidió llevar a Micaela y a Diego a la cancha para despejar la angustia que los consumía desde hacía semanas. Karina se quedó en el Fleni con su amiga Bettina, acompañando a Nico en esa habitación donde el tiempo parecía detenido.
Encendió la tele para seguir el partido. Y pasó lo imposible: Atlanta le hizo un gol a River. Karina gritó, descargó tensión, celebró con una mezcla de furia y esperanza. Y en ese segundo exacto, algo detrás suyo se movió.
Nico abrió los ojos.
Sonrió.
Volvió.
Cuando Edgardo y los chicos llegaron corriendo desde la cancha, encontraron un milagro convertido en realidad. Los médicos no podían creerlo. Nadie podía. Pero estaba sucediendo: Nico había despertado del coma.