Una niña de Tennessee de apenas 12 años que nació con una triple amputación congénita y, aun así, decidió que nada ni nadie la detendría
A veces, el talento y la determinación pueden más que cualquier límite físico. Eso lo sabe muy bien una niña de Tennessee de apenas 12 años que nació con una triple amputación congénita y, aun así, decidió que nada ni nadie la detendría. Sin brazos por debajo de los codos y con algunos dedos faltantes en uno de sus pies, encontró en el Tae Kwon Do, el arte y la música formas de expresarse y desafiar lo imposible. Su pasión por la batería nació en la escuela, donde se unió a la banda y, a pesar de las dificultades, aprendió a sostener las baquetas con el pliegue de sus brazos. No importaba cuánto le costara obtener el sonido perfecto: su fuerza de voluntad sonaba más fuerte que cualquier tambor.
Su madre, una mujer que la describe como "empática, amable y creativa", fue su sostén incondicional. Pero el camino no fue sencillo. El bullying, sobre todo en redes sociales, dejó marcas que dolían más que cualquier herida física.
"Solo decían que no tenía manos", recordó la niña, que aprendió a convertir el dolor en resiliencia. Y fue esa misma fortaleza la que llamó la atención de un grupo de estudiantes de ingeniería de Tennessee Tech University. Ellos, conmovidos por su historia, dedicaron meses a diseñar unas prótesis 3D que le permitieran tocar la batería con libertad. Tras semanas de pruebas y ajustes, lograron un modelo funcional, liviano y preciso. El día que la niña probó sus nuevas prótesis, el aula entera se llenó de emoción: cada golpe del tambor sonaba como una declaración de victoria.
"Ahora puedo tocar como siempre soñé", dijo con una sonrisa que lo decía todo. Aquellos jóvenes ingenieros no solo le devolvieron un sonido: le dieron alas. Hoy, esa niña sigue practicando, sueña con dominar un set completo de batería y, sin saberlo, inspira a miles de personas que la escuchan. Porque a veces, la música no sale de las manos, sino del corazón.