Los gobernadores juegan un papel central en este escenario. Muchos, lejos de ser aliados, son los que empujan leyes en el Congreso que no tienen financiamiento real.
¿Se acabó la luna de miel de la gente con Javier Milei o estamos frente a la ofensiva más dura del kirchnerismo para que el gobierno no pueda cumplir con lo que prometió? Esa es la pregunta que flota en el aire. Porque si uno escucha las voces más críticas, pareciera que la paciencia social se rompió. Pero cuando miramos las movidas políticas, da la sensación de que hay un operativo desgaste en marcha, con una artillería bien pesada.
Los gobernadores juegan un papel central en este escenario. Muchos, lejos de ser aliados, son los que empujan leyes en el Congreso que no tienen financiamiento real. Saben que la billetera nacional no da para más, que el objetivo del gobierno es sostener el equilibrio fiscal, pero aún así presionan para que se gasten recursos que no existen. El resultado es obvio: se tensiona el vínculo con la Casa Rosada y se abre la puerta a una especie de chantaje permanente.
Ahora, lo económico no se mueve en compartimentos estancos. Cada golpe político pega directo en el bolsillo del país. Los embates legislativos, las trabas y la incertidumbre que generan, ya tuvieron un costo: el riesgo país subió y el dólar empezó a moverse en esas bandas que generan nerviosismo en los mercados. No es casualidad. Es la traducción en números de un mensaje: "no hay garantías de que el plan económico avance como estaba previsto".
Entonces, la discusión de fondo es si la ciudadanía realmente le retiró el respaldo a Milei o si la oposición está usando todo su poder de daño para frenar el programa de gobierno. Porque si vamos a los hechos, las encuestas todavía muestran un núcleo de apoyo considerable, pese a las dificultades. Y la paradoja es que, mientras muchos argentinos siguen apostando a que "esta vez se ordene la cosa", desde la política se intenta poner palos en la rueda para que nada cambie.
En definitiva, lo político está condicionando lo económico. Y si el Congreso insiste en aprobar medidas que desfinancian al Estado sin mostrar de dónde saldría la plata, el equilibrio fiscal se convierte en papel mojado. Ahí es donde se juega la credibilidad del gobierno, y también el futuro de todos: porque cada movimiento en el dólar, cada punto más en el riesgo país, se paga en inflación, en crédito más caro y en menos inversiones.
La luna de miel puede haber terminado, sí, pero lo que está claro es que también empezó una batalla de fondo entre un gobierno que busca sostener su plan y una oposición que no parece dispuesta a dejarlo gobernar. Y en esa pulseada, lo económico y lo político ya no se pueden separar.