Comunidad Historias de vida

Un cambio rotundo de planes: historias de los que dejaron la ciudad por la paz de los pequeños pueblos rurales

Dos parejas y una mujer cambiaron el ritmo frenético de las urbes por localidades de pocos habitantes. Qué emprendimientos realizan y cómo es el día a día en esos parajes. Además, el análisis de la socióloga Gabriela Rodríguez.

Jueves, 24 de Abril de 2025

En algunos casos, la idea de dejar la ciudad para irse a vivir al campo pasó de ser un sueño a un proyecto concreto y real. El auge del turismo rural tras la pandemia de coronavirus es uno de los motivos que mencionan aquellos que eligieron un área rural como su nuevo hogar. Miriam Gattari pasó de vivir en el barrio porteño de Colegiales a la localidad bonaerense de Bavio, partido de Madgalena, y comenzó un camino muy diferente al que llevaba como gerente en una empresa de la industria farmacéutica. Damián y Paula, una pareja de biólogos, se mudaron del departamento donde convivían en Parque Chas y recomenzaron en una chacra en el partido de Lobos. Marcela y Pablo vivían en la ciudad de La Plata, y eligieron tomar las riendas de una pulpería en Robertó Payró, donde viven 65 personas. En diálogo con Infobae, cada uno cuenta su historia, y la socióloga Gabriela Rodríguez contextualiza los factores de las migraciones que define como un "fenómeno visible y global" que se enmarca dentro de la contraurbanización, los procesos de turistificación y la crisis ambiental.

"Históricamente se viene revirtiendo la migración del campo a la ciudad, que en Argentina arrancó en las décadas del 30' y 40', por un conjunto de atributos positivos puestos en las centros urbanos, tanto materiales como simbólicos, que hacían de la ciudad un lugar deseado, donde había trabajo y servicios, hasta que con el inicio del proceso de sustitución de importaciones y la industrialización, comienza la vuelta al campo", anticipa la licenciada en Sociología, docente e investigadora de la carrera de Turismo Rural de la Facultad de Agronomía de la UBA, que actualmente estudia las nuevas representaciones del espacio rural y la construcción de los imaginarios que movilizan a la población a decidir el cambio.

Dos vagones y una oportunidad

En septiembre de 2006, Miriam Gattari, farmacéutica química y bioquímica, hizo un viaje sin escalas desde Colegiales a un campo ubicado a 22 kilómetros de Bavio, partido de Madgalena. "Trabajaba en Paraguay y Cerrito, tenía un excelente cargo, con 11 años de antigüedad laboral, un muy buen sueldo, pero me sentía sin vida, y a mis 40 años me di el gusto de mi vida: planté bandera y dije: 'Esto no lo quiero más, quiero hacer algo totalmente nuevo y vivir en el campo, algo que en ese momento era disruptivo; y encima venirme sola, sin familia ni pareja y sin conocimientos previos sobre el campo", le cuenta a este medio.

Confiesa que se sentía "dos personas en una", que de 9 a 18 sufría de estrés crónico en su trabajo, y cuando terminaba su jornada comenzaba su otra faceta, la de los proyectos, los sueños, las amistades y la idea de "un plan B" para dar vuelta la página. En 1999 había empezado a estudiar una tecnicatura en turismo, en vistas de formarse para un futuro emprendimiento, y aunque todavía no tenía en claro cuál podría ser, sabía que sería lejos de la ciudad. También complementó su formación con la carrera de turismo rural en la UBA. "Recién se empezaba a hablar del tema, era disruptivo, había un machismo notorio, y yo nunca había pisado un campo, así que era empezar de cero, sin conocer nada ni tener vocabulario, más allá de 'tranquera' para mí todo era 'eso' o 'aquello'", reconoce.

Aunque en su interior sabía que necesitaba hacer un cambio radical, durante un tiempo tuvo dudas, por la sensación de seguridad y estabilidad que le brindaba el rubro. "Nadie renunciaba en ese momento porque la industria farmacéutica era algo de lo que te podías jubilar, pero estoy feliz de haberme ido y de haber ahorrado cuando pude para comprar el campito con mi plata", sostiene. Cuando finalmente compró el terreno en 2002, un detalle la sorprendió y confirmó su presentimiento de que iba en la dirección correcta.

"Cuando me enteré que había dos vagones de tren que venían incluidos en el campo, me fascinó más todavía porque mi abuela materna y mis dos abuelos paternos fueron empleados ferroviarios en los años '30 y '40, y era todo un orgullo trabajar en el ferrocarril, lo contaban con mucho honor, y sentí que era como tener la bendición de ellos, como si me acompañara también una mirada más ancestral, del significado familiar", revela. Con más de 120 años de antigüedad, reacondicionó los vagones, que originalmente eran de carga, y se convirtieron en la impronta del lugar, junto con los materiales originales que conserva en lo que ahora son habitaciones para disfrutar de estadías y celebración de eventos.

Se acuerda de la reacción de su padre, que ya no está en este mundo, y en ese momento se sorprendió por la drástica decisión. "Tenía miedo de que esté yo sola, y era lógico, pero fue un pilar y me ayudó un montón por su profesión de herrero, hizo muchos trabajos en el lugar; y mi mamá me entendió más, si bien ella vive en Chacarita en la calle Corrientes, es muy de las luces de la ciudad, supo comprender que eso no era lo mío", cuenta. Por ese entonces la consideraban una pionera, por ser una de las pocas que había elegido apostar por el turismo en una zona de producción agropecuaria.

"A principios del 2000 los que hacían turismo eran hacendados que tenían grandes estancias que habían bajado la productividad y la rentabilidad, entonces remozaban las instalaciones para recibir gente y sacar un provecho económico, no tenía tanto que ver con una vocación de servicio, y eso fue cambiando, porque hubo un cambio en la cultura. Ahora cada vez hay más gente que se anima a dejar la ciudad y venir al campo a hacer una actividad turística", asegura. Con humor confiesa que le decían "la loca de los vagones", porque estaba abocada 100% a ese proyecto.

En base a su experiencia de los 17 años que lleva en la localidad, distingue entre "turismo rural", y "turismo de pueblos", y explica que ambos están en auge. "Son tipos de turismo donde el lujo no está dado por lo económico ni por cuánta riqueza se muestre, sino el lujo representado en la carencia del que viene. Estos viajeros valoran estar en un lugar seguro, con naturaleza, con animales, con libertad, con vegetación. Buscan desestresarse y tener libertad de movimiento, de horarios, y sensación de seguridad", sostiene.

Su emprendimiento original sumó cabañas y unidades de glamping. "Los que hacemos este tipo de iniciativas en Magdalena somos contados con los dedos de las manos, y la mayoría somos de afuera, porque la población local no lo ve como una opción. Esto tiene mucho que ver la cultura organizaciones del campo con la mentalidad de la ciudad; por más que como porteña me adapté a la vida de acá, mantengo la mirada de alguien que viene de la ciudad", señala.

Pese a las dificultades y al trabajo continuo que implica el mantenimiento del campo, dice con alegría y un sentido de realización personal: "Esto lo volvería hacer una y mil veces porque soy feliz acá". Confiesa que en 2011 le diagnosticaron cáncer de mama, y luego de tratamiento y una cirugía pudo salir adelante. "Hoy estoy muy bien, pero la dolencia emocional que pasé tantos años no fue gratuita, y eso revalidó mi sentimiento de que hice bien en irme, porque no hay dinero que pague el sufrimiento, y siempre hay que tener un plan B cuando uno quiere otra cosa en la vida. Eso es lo que fui construyendo con esfuerzo y sacrificio, para poder irme con todos los honores y tener el presente que hoy tengo".

Una transformación social

La socióloga, por su parte, indica que la vivencia de Miriam y la de otros emprendedores que apostaron a un cambio, se inscribe en un clima de época de "reversiones en las valoraciones", y señala la década del '60 como un punto de referencia del comienzo de la transformación. "El fenómeno de las comunidades hippies que emigraron a El Bolsón en busca de mejores ambientes y entornos para desarrollar sus proyectos vitales, y los atributos que antes eran negativos de la ruralidad, vista como el atraso, la rusticidad, y un entorno peligroso, empezaron a positivizarse, y aparecieron un conjunto de características positivas, como los paisajes abiertos, asociados con la naturaleza, y otro tipo de valoraciones humanas", explica.

Menciona el "boom de los countries" en los 80' y los '90, como una respuesta a la crisis urbana y los ritmos de vida acelerados en las urbes. "Los barrios cerrados en las periferias de las grandes ciudades marcaron una nueva ola en la cuestión ambiental, desde las aglomeraciones de gente, la polución, hasta el miedo a la inseguridad, y una nueva conciencia sobre los alimentos ultraprocesados, el preguntarse qué y cómo comemos, y así se fueron modificando los imaginarios sociales", comenta la especialista. La línea temporal avanza hacia la crisis del 2001, como otro hito que marcó un desdoblamiento local sobre las necesidades económicas y los modos de vida.

"Los clubes de campo, los clubes de polo, de chacra, y el turismo rural, surgieron como fortalezas sociales en la periferia de las grandes ciudades, donde no solo se practican deportes o actividades recreativas, sino que las casas de campo funcionan como segundas residencias para jornadas de más de un día, y la pandemia representó un nuevo punto de inflexión", sentencia. La socióloga que integra un equipo de investigación multidisciplinario en el Instituto de Geografía de la UBA (Universidad de Buenos Aires) -conformado por geógrafos, ingenieros agrónomos, historiadores antropólogos-, asegura que la cuarentena fue "un motor de decisión" para muchas personas, que en búsqueda de espacios más abiertos para pasar el aislamiento por el aumento de casos de Covid-19, se trasladaron a zonas rurales.

"Aquellos que tenían una casa de fin de semana de los padres, o de los tíos, o que les prestaron una casa, y se fueron a pasar la cuarentena, empezaron a replantearse algunas cosas", manifiesta la socióloga. Rodríguez destaca que el fenómeno puede analizarse no sóo a partir de las motivaciones individuales o personales, sino en función de la "mercantilización de las necesidades" y las expectativas de quienes realizan una evaluación de vida y optan por una residencia rural.

"Empezaron a desarrollarse negocios y como resultado hubo un procedimiento de relocalización de las industrias hacia los espacios rurales, cuando antes era al revés, a partir de las ciudades se creaban las industrias, y ahora existen productos con identidad local y territorial, sobre todo en la gastronomía, y el turismo rural se presenta como una industria que se fortalece", proyecta. Y agrega: "Es en ese marco que se inscribe la búsqueda de un lugar más propicio para desarrollar el modo de vida deseado para cada uno, con otro tipo de lazos sociales, con pocos vecinos y un sentido de la comunidad que se sostiene en áreas rurales".

Un mundo de tres cuadras

Marcela, contadora de profesión, y su marido Pablo, vivían en la ciudad de La Plata y eligieron la localidad bonaerense de Roberto Payró, con aproximadamente 65 habitantes, como el lugar para vivir. "Es una paz total, se disfruta la tranquilidad porque son tres cuadras donde está la escuela primaria, la sala de primeros auxilios, la antigua estación, y desde 2016, nuestra pulpería", cuentan en diálogo con Infobae. Desde que abrieron las puertas al público los fines de semana llegan hasta 100 personas, motivadas por probar sus famosas empanadas de carne -fritas o al horno de barro-, por lo que muchas veces hay más personas dentro del restaurante que atienden ellos mismo, que en todo el pueblo.

El edificio data de 1875, mantiene todas sus características originales y resguarda un sinfín de historias. Una de ellas involucra al papá de Pablo, que desde que era chico viajaba en tren hasta Payró para visitar a sus parientes, y el almacén era su parada obligada hasta que su tío lo pasaba a buscar. "Se fue haciendo amigo de los dueños cada vez que venía a ver a sus familiares, sin imaginar que algún día tendríamos la oportunidad de hacernos cargo nosotros. Ahora nos visita y a sus 80 años lo disfruta tanto como cuando era niño", revela Marcela, emocionada por la alegría que irradia su suegro cada vez que entra al lugar.

"Es una propiedad que compramos hace 17 años, y al principio lo pensamos como un espacio de recreación familiar, y como está sólo a 50 kilómetros de La Plata, veníamos cada tanto. Con el tiempo nos gustó tanto que tomamos la decisión de empezar el proceso de transición e ir adaptando nuestras vidas para venirnos de forma definitiva", confiesan a dúo. Además, lo que iba a ser sede de encuentro para unos pocos, se transformó en una propuesta atractiva para vecinos de la ciudad de las diagonales, de localidades vecinas e incluso de la Ciudad de Buenos Aires.

"Notamos un crecimiento muy acelerado después de la pandemia. Empezó a venir gente de Buenos Aires porque el pueblo está ubicado a 100 kilómetros y llegan en una hora. Por eso, estamos recibiendo muchos turistas los sábados y domingos, que vienen a almorzar a las 12 y se quedan hasta las cinco o seis de la tarde, porque aprovechan para pasar todo el día", detallan. Cuando el clima no acompaña, y se ven limitados a poner las mesas en el salón, ceden algunas habitaciones de la casa que pasan a ser comedor, y si la temperatura y el sol ayudan, ponen mesas afuera para disfrutar de la experiencia de comer al aire libre.

La demanda fue tal que empezaron a pedirle a sus clientes que reserven con un poco de anticipación -a través de sus redes sociales, en Instagram @pulperiadepayro-, porque durante la semana necesitan organizarse con las compras. "Tenemos que llevar todo, porque si ahí nos falta un pote de crema para el flan no hay dónde comprar, si bien hay un almacén muy pequeño, cierra a las 12 y abre las cinco, y el lugar más cercano está a 15 kilómetros, así que tenemos que preveer más o menos cuánta mercadería necesitamos", indica la pareja. Su alma de anfitriones fue clave para resolver sobre la marcha, y cuando reciben comensales los tratan como si llegara un miembro más de la familia.

"Esto no solo nos transformó a nosotros, que nos hizo replantear nuestra vida, nos motivó a hacer la prueba de ir desde acá a nuestros trabajos durante cinco meses, con todos los temores que teníamos, por la calle de tierra, que si llueve es difícil trasladarse por los caminos, y nos funcionó al punto que no veíamos la hora de pasar toda la semana ahí y no solamente los findes", explican. Y cuentan que se convirtieron en una fuente laboral para la población local, porque las cocineras que los ayudan en la preparación de las empanadas, las minutas y la parrilla, son habitantes de Payró.

"Es otra sintonía, acá no se dan turnos, cuando llegan y se quedan hasta que decidan, no hay renovación de mesa, no tenés que comer e irte, y es increíble que los nenes no piden el celular. Acá, los chicos quieren ir a ver el gallinero y buscar los huevos, tener a los pollitos y acariciar los animales", dicen con ternura. Su hijo, de 27 años, también los ayuda durante la semana en el trato con los proveedores, y tienen más proyectos en mente en el pueblo en el mediano y largo plazo.

"La pulpería tiene cinco hectáreas y casi no las usamos. Nos gustaría hacer algunas cabañitas de madera, para que la gente aunque sea pueda pasar una noche", anticipan. "Tenemos 58 y 59 años. Estamos en una edad donde queremos tener cierta calidad de vida, y sabemos que tenemos un montón por hacer, y que pasamos del departamento calentito a abrigarnos un montón más porque en el campo el frío es tremendo, pero nos adaptamos al medio ambiente porque todo lo demás compensa".

Idealización vs. realidad

Así como los atributos positivos resaltan en cada historia de vida, los mismos entrevistados reconocen la adaptación que tuvieron que hacer para modificar sus estilos de vida. En este sentido, la socióloga puntualiza que "la idealización de los ámbitos rurales" es como un tópico común de los imaginarios sociales. "La ruralidad también tiene su contracara, y eso aparece en los estudios en cuanto a algunas carencias concretas, como los servicios que no están disponibles por la infraestructura, la conectividad como un gran cuello de botella que se convierte en una limitación importante en nuestras áreas rurales, el acceso por medios de transporte, y el éxodo juvenil, por las distancias geográficas y la falta de oferta laboral, como un gran problema", enumera.

La oferta formativa más variada y el componente vocacional de los jóvenes de entre 18 y 25 años, son algunos de los factores que menciona Rodríguez. "En los últimos tiempos se han hecho convenios con las universidades con varios centros de formación que dictan algunas algunas carreras en cada localidad, pero también los jóvenes se abren hacia los proyectos personales porque conocen otros universos, hoy el acceso a las redes sociales también implica otra llegada y otro acceso de la información", indica. En contraparte, la jubilación también se posiciona como un momento clave para evaluar posibles mudanzas. "Surgen negocios inmobiliarios, segundas residencias que pueden terminar siendo residencias definitivas, y un sentido de identidad comunitaria que se encuentra en los ámbitos rurales", comenta.

Como resultado a las necesidades, surgen propuestas creativas, como la organización de fiestas populares, safaris fotográficos y emprendimientos que conforman polos gastronómicos y turísticos. "Son estrategias de movilización y creación de atractivos para poner en valor los ámbitos rurales, y ha tenido una gran repercusión porque el calendario de fiestas nacionales ha crecido mucho en los últimos 10 años gracias a la intervención técnico turística y a las capacitaciones en esas áreas", remarca la especialista.

Uno de los motores que impulsa al turismo rural es el contenido pedagógico que lo reviste. "En la ciudad estamos 'enfrascados', vemos los productos en la góndola directamente, y cuando vivimos la experiencia de ir a un entorno rural y vivenciar el detrás de escena, tener contacto con la naturaleza, con circuitos de producción, implica apreciar un otro cultural y hay grandes precursores que abren sus puertas al público para que tengan esa oportunidad", reflexiona la socióloga que cursa el tramo final de su doctorado en Ciencias Sociales.

Una granja regenerativa

Hace 10 años Damián y su esposa Paula, ambos biólogos, se trasladaron a una zona rural a 100 kilómetros de la capital porteña, en el partido de Lobos, Provincia de Buenos Aires. Antes de eso, la pareja vivía en un departamento en Parque Chas, y hoy ya no se imaginan pasando sus días entre esas cuatro paredes. "Teníamos que cursar los últimos finales de la facultad y vinimos a pasar un fin de semana al campo, a la chacra de vacaciones de mis abuelos, que estaba bastante abandonada. Más que nada era para alejarnos de las distracciones, porque era ideal para estudiar, sin televisión ni internet y no era más que una estadía ocasional", confiesan en diálogo con Infobae.

En esos tiempos cada uno estaba abocado a una rama distinta: él proyectaba dedicarse a la biología acuática, y ella participaba de estudios de investigación sobre el cáncer. "No nos sentíamos bien con nuestra proyección de carrera, en mi caso no me resultaba muy alentador la disminución que hay de especies acuáticas. Y para Paula también era muy difícil la temática, y justo en ese momento, de manera fortuita la persona que estaba cuidando el campo se tenía que ir. Iba a quedar el lugar solo, y nosotros empezamos con una huerta, con algunas gallinas, nos gustó, y de a poco se empezó a convertir en un estilo de vida", cuentan.

El mayor desafío fue no tener conocimientos previos. "De vivir en Capital toda la vida a de repente venir al campo y aprender todo desde cero, algo que ahora nos parece simple, cómo ordeñar una vaca. Es increíble como las personas que se criaron acá lo tienen súper naturalizado. No sabían explicarlo en palabras. Nos iban mostrando y así fuimos aprendiendo", explican. Los ritmos de la naturaleza los invitaron a llenarse de paciencia y desarrollar una gran tolerancia a la frustración, hasta que el proyecto cobró un sentido mucho más grande.

"Empezamos a estudiar la ganadería regenerativa, la agroecología y el paradigma de regeneración de suelos para sanar la Tierra. os metimos de lleno y nos encantó", revelan. Y explican: "Hacemos pastoreo con diferentes especies de animales, primero con vacas, después pasamos con ovejas, luego con pollos pastoriles y estamos implementando también cerdos pastoriles; es como si fuese un tren de animales, y después de que pasa el último se hace un reposo de la tierra para que pueda volver la pastura, y de esa forma fertilizamos de manera natural todo el campo".

Al principio mantuvieron sus trabajos fuera de la chacra, y cada tanto abrían la tranquera para ofrecer turismo educativo y educación ambiental. "Con la pandemia eso se cortó durante un tiempo y ahí empezamos a ser 100% productores, porque no era nuestra idea inicial comercializar, pero compartimos con amigos nuestra producción de carnes pastoriles y con el boca a boca nos iban pidiendo cada vez más personas", dicen entre el asombro y el orgullo. Se transformó en su labor a tiempo completo. Hasta se encargan incluso de la logística de envíos a domicilio.

"Es una gratitud inmensa la que sentimos, porque uno valora tanto el sabor de de cosechar lo que cultivó, y vemos el campo con ojos de biólogos y no como agrónomos. Para nosotros es un ecosistema en el que hay un montón de especies de animales que actúan en sinergismo entre ellos y nosotros tratamos de ayudar a que todo tenga cierta armonía. El objetivo es hacer alimentos reales y que un montón de personas que hoy en día no tienen acceso, puedan conocer la propuesta", sostienen. Con esa misión en vista, aceptan voluntariados y realizan talleres de diversas temáticas. También enseñan su trabajo a través de transmisiones en vivo en su cuenta de Instagram @granjaelguajiro.

"Nos atrajo mucho la bioconstrucción y estudiamos cómo diseñar casas con energía pasiva, y en base a eso hicimos nuestro hogar de barro, con nuestras propias manos. Así no necesitamos casi calefacción en invierno porque es muy calentita por la energía que almacena durante el día y para refrigerarla en verano tampoco porque es fresca", describe la pareja. Y desde hace un año y 11 meses los acompaña una nueva integrante: su pequeña hija Luma.

"Resultó un viaje de ida muy bonito, donde nos convertimos en padres y ella está creciendo en nuestro hogar, nos ve trabajar y tiene un contacto con la naturaleza constante", expresan conmovidos. Luego de una década acumulando experiencia y por su formación docente en colegios, tienen deseos de que la granja funciona como una escuela de transición a la ruralidad. "Para todo el que se tenga planes de irse a vivir al campo, queremos que nuestra granja sea un lugar para contarles de primera mano algunas cuestiones; sabemos que conlleva una curva de aprendizaje y soñamos con que no sea tan larga como fue la nuestra, y facilitarles un montón de pasos", proyectan.

"La vida rural tiene un montón de cosas para ofrecer, y si bien es laboriosa, realmente no lo tomamos como un trabajo sino como nuestra vida, y es importante esta acompañado para compartir e intercambiar vivencias con quienes están haciendo cosas similares para forjar una red que traspase tranqueras", concluye la pareja de biólogos.