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Café con rosca: comienza la pelea

Nadie lo había decretado así, pero es sabido que ese rincón, los jueves a las siete de la tarde, pertenece a ellos: el magistrado, el grandote, el flaco y el innombrable.

Sabado, 8 de Noviembre de 2025

Las cuatro sillas de la mesa del fondo se fueron ocupando una a una, con la precisión de un rito antiguo. Nadie lo había decretado así, pero es sabido que ese rincón, los jueves a las siete de la tarde, pertenece a ellos: el magistrado, el grandote, el flaco y el innombrable.
Aldo, el dueño de la vieja cafetería, los vio llegar desde detrás del mostrador con esa sonrisa de quien ya los conoce de memoria. Hernán, el mozo de toda la vida, ni siquiera necesitaba preguntarles qué iban a pedir: dos cortados en jarrito, una café chico bien cargado y un café con leche con una medialuna.

El magistrado fue el primero en llegar. Traía el ceño fruncido, como si todavía estuviera en Tribunales. En realidad, su juez hace años que no aparece, regularmente, así que Gastón -su verdadero nombre- es quien mantiene el juzgado en pie. Por eso los otros le dicen así, "el magistrado", con una mezcla de respeto y burla.

El flaco apareció al rato, con sonrisa ensayada y celular en mano. Es el político profesional del grupo. Ha pasado por más partidos que camisetas en un mundial, y cada cambio lo justifica con la misma frase: "Uno se debe al proyecto, no al sello". Nadie le cree del todo, pero todos lo escuchan, porque el flaco tiene esa habilidad: hablar sin decir y que igual parezca importante. Cada vez que saluda, lo hace con los dedos en "V", su gesto de campaña permanente.

-Bueno, bueno -dijo el flaco cuando el Grandote se sentó-. Al fin llegó el hombre del momento.

-¿Qué hice ahora? -preguntó el Grandote, haciéndose el distraído.

Con saco sin abrochar y corbata torcida, dice ser asesor legislativo, pero todos saben -y nadie lo dice- que en realidad es lobista. Tiene la mirada siempre inquieta, como si midiera el valor político de cada palabra que cae en la mesa. "Esto no se trata de leyes, se trata de voluntades", repite. 

-Nada, nada -intervino el magistrado con sorna-. Solo que llegó, finalmente, a la Legislatura el proyecto minero.

El Grandote se acomodó en la silla y sonrió sin decir palabra.

-Dicen -siguió el flaco- que entró con todos los porotos contados.

-Y de todos los colores -agregó el magistrado, riéndose.

El último en llegar, como siempre, fue el innombrable. Nadie lo llama por su nombre, aunque todos lo saben. Basta con que cruce la puerta para que baje un silencio corto, casi reverencial. Anda en la rosca fuerte: la que no sale en los diarios, pero define los titulares. Tiene esa calma peligrosa de los que saben más de lo que dicen. "Muchachos -arranca siempre-, la cosa es así.", y ahí se acaban las certezas.

Esa tarde, mientras afuera llovía de a ratos, Hernán dejó los cafés sobre la mesa con su destreza habitual. El innombrable no dijo nada, pero levantó apenas una ceja, lo que en su caso equivale a soltar una carcajada.

-No empiecen -dijo el Grandote, alzando las manos-. Ustedes saben que yo no tengo nada que ver. Yo asesoro, nada más.

-Claro -dijo el flaco-, asesorás... pero parece que tus asesorías florecen.

-Y en los despachos correctos -añadió el magistrado, disfrutando la escena.

El flaco lo señaló con la cucharita.

-Decí la verdad, ¿ya tenés los votos asegurados?

-Yo no cuento votos -replicó el Grandote-, eso lo hacen los presidentes de bloque.

-Ajá -dijo el magistrado, arqueando una ceja-. Pero vos sabés cuántos faltan, ¿no?

-Eso sí -admitió el Grandote, con sonrisa culposa-. Pero porque me gusta la estadística.

El innombrable soltó una risa breve, de esas que dicen más que un discurso.

-Estadística. linda palabra para no decir lobby.

Las carcajadas llenaron el café. Aldo, detrás del mostrador, los miraba con resignación cariñosa. Sabía que, cuando el Grandote llegaba con buena cara, era porque el teléfono le había sonado más de lo habitual esa semana.

-Igual -dijo el flaco, retomando la compostura-, si el proyecto avanza, te vas a hacer famoso.

-O impopular -corrigió el magistrado.

-O las dos cosas -cerró el innombrable-. En esta provincia, la minería da votos y piquetes, aunque ahora muy pocos.

El Grandote levantó el pocillo, brindando

-A su salud, muchachos. Y que la Legislatura trate rápido, así podemos hablar de otro en las fiestas de fin de año.

-Olvidate -dijo el flaco-. Si se aprueba, vas a ser tendencia.

-Y si no, sospechoso -agregó el magistrado.

-En fin -dijo el innombrable, como quien dicta sentencia-, mientras algunos discuten el impacto ambiental, otros ya tienen medido el impacto económico.

-Y vos sabés de eso, ¿no? -le preguntó el flaco.

-No tanto como el Grandote -respondió con una sonrisa-, pero me guío por los porotos.

Siempre terminan cayendo del mismo lado de la mesa.

El Grandote se rió, resignado. En el fondo, sabía que el apodo le quedaba chico. Y aunque insistiera en que solo "asesoraba", todos sabían que, en la política mendocina, el que cuenta los porotos también elige la olla.

-Bueno, muchachos, ya está. -dijo con una sonrisa, buscando cambiar de tema-. Se pudrió todo entre el oficialismo y los libertarios. Duró poco el amor. Luisito Top Gun salió a decir que la victoria provincial fue gracias al armado nacional.

El magistrado levantó la vista, ajustándose los lentes.

-¿Y qué tiene de malo? Si los votos entran por la estructura grande.

-No, Gastón, no -lo interrumpió el grandote-. Acá el problema es que ninguneó al mandamás local. Lo dejó pintado al tipo. Y vos sabés cómo es: el hombre , y puso a toda su gente, a regañadientes, a militar al candidato.

El flaco, que revisaba mensajes con gesto de funcionario importante, intervino con su tono de político en off:

-Eso pasa cuando no se ponen de acuerdo en la foto de la victoria. Todos quieren estar en el medio, y cuando la cámara dispara, alguno queda cortado por la mitad.

Hernán, el mozo, se había quedado escuchando, como quien no quiere la cosa. Después se fue sonriendo, sabiendo que esa charla iba para largo.

El innombrable dio un sorbo a su cortado y dijo con calma:

-Esto no es pelea por protagonismo. Es pelea por caja. Siempre lo mismo. Si el mérito es nacional, los fondos los maneja el centro. Si el mérito es provincial, el que reparte es el de acá.
Los tres lo miraron, sabiendo que cuando hablaba así, era porque algo sabía.

-Además -siguió-, ya salieron a hablar algunos de los denominados "referentes locales". La vice que habla siempre, y el exvice salió a cruzar a Luisito diciendo que le mintió y que ahora se va a alinear con el alcalde heredero. Esto recién empieza.

El flaco soltó una risita nasal.

-Ah, el alcalde heredero. ese chico tiene pinta de querer todo rápido. Ya está peleando por la gobernación.

-Sí -acotó el grandote-, y con Top Gun en el medio, es muy difícil, la interna va a parecer un ring.

El magistrado dobló la servilleta con cuidado.

-Pero, ¿no se suponía que la victoria unía a todos?

-Eso es en los discursos, Gastón -dijo el innombrable-. En la política real, la victoria es como una torta: apenas se saca del horno, todos meten la mano. Y alcalde heredero siempre miró para otro lado.

Aldo, desde el mostrador, los miraba y negaba con la cabeza. No entendía cómo algunos se podían pelear por una victoria, pero ya había aprendido que, en ese café, los jueves no eran días de descanso: eran días de diagnóstico.

-Van a ver -dijo al final, sin levantar la vista-. Cuando empiece la carrera en serio, alguno se baja, otro se acomoda y otro aparece con un comunicado hablando de "unidad en la diversidad".

-¿Y vos cómo sabés? -preguntó el magistrado.

-Porque, muchachos -dijo el innombrable, con su sonrisa apenas torcida-, la política no se aprende: se huele.

Y en el café de Aldo, ese olor flotaba como el aroma del café recién molido: denso, persistente y, sobre todo, inevitable.

-Hablando de intendentes. ya hay otro del Gran Mendoza que se está probando el traje de candidato a gobernador.

El flaco alzó una ceja, divertido.

-¿Tan temprano? Falta casi dos años.

-Por eso mismo -respondió el magistrado-, están midiendo el terreno. Ya mandaron hacer encuestas, pagadas de su bolsillo, dicen, para ver quién tiene mejor imagen.

El grandote, que ya estaba terminando la medialuna, soltó una carcajada.

-Eso de "de su bolsillo" me mató, Gastón. Ningún intendente paga encuestas de su bolsillo. Siempre hay algún "amigo" que "colabora para el diagnóstico político".

El innombrable, que como siempre escuchaba más de lo que hablaba, giró despacio la cucharita en su café.

-Lo de las encuestas es lo de menos -dijo con tono grave-. Lo que importa es el mensaje. Ya se están mostrando como "intendentes modelo", "gestión eficiente", "nueva generación". Quieren ser la contracara. 

El flaco asintió, con una sonrisa que parecía de campaña.

-Los entiendo. Cuando el rival se desgasta, uno tiene que mostrarse fresco? El problema es que no miden.

-Sí, pero el intendente está apurado-intervino el grandote-. Quieren comerse el postre antes de la cena. Y cuando uno no se adelanta mucho, corre el riesgo de que lo sienten en la mesa de los chicos.

El magistrado se acomodó los lentes, serio.

-Uno es el heredero, el del espacio aliado de Luisito. El otro. el otro es el único opositor en el grupo de los cinco intendentes fuertes. Es el testimonial. ¿Ahora se quiere meter por la ventana? ¿Está midiendo bien?

-Sí, ese juega solo -dijo el innombrable-, y a veces el que juega solo mete la sorpresa. Pero ojo: sin armado territorial, en Mendoza no ganás ni la presidencia de un consorcio.

El flaco se inclinó hacia adelante, disfrutando el debate.

-Yo digo que lo importante no es medir, sino instalar. Si la gente te ve en la tele y te asocia con gestión, con algo concreto, ya ganaste medio partido.

-Eso -acotó el grandote-, hasta que aparezca el primero con encuestas truchas que diga que "la provincia ya decidió". Ahí se pudre todo.

Hernán, el mozo, apareció como siempre en el momento justo, con la bandeja y la oreja en alto. Cuando se alejó, el innombrable bajó la voz:

-No se engañen. Detrás de cada encuesta hay una rosca. Y detrás de cada rosca, una billetera. El que mejor mida no será el que más votos tenga, sino el que más respaldo consiga.

Y en esta provincia, el respaldo no se gana con likes.

El magistrado lo miró con esa mezcla de respeto y curiosidad que le generaba siempre.

-Esto recién empieza.

-No, Gastón -dijo el innombrable, con su media sonrisa-. Esto nunca termina. Solo cambia de candidatos.

-¿Leyeron lo de la senadora por Mendoza? -preguntó el grandote-

El magistrado, que ya raspaba la espuma de su cortado con la cucharita, levantó la vista.

-¿Qué hizo ahora? ¿Otra elección perdida, y ahora antes de presentarse?

El flaco sonrió de costado.

-No, pará, esta vez no se lanza. La lanzan.

El grandote golpeó la mesa con el dedo índice.

-La están nombrando como posible candidata a la Corte Suprema.
Hubo un silencio breve, el tipo de silencio que se da cuando el disparate roza lo imposible.

El innombrable murmuró:

-La política argentina no tiene imposibles. Solo sorpresas mal disimuladas.

El grandote soltó una carcajada.

-¡Pero si esa mujer se cansó de perder elecciones! En Mendoza no le fue bien nunca. Y encima representa a un sector que ya no tiene peso acá.

-En la provincia eso ya no prende -agregó el flaco, con tono de diagnóstico- Apenas si la nombran algunos medios amigos.

El magistrado asintió.

-Eso es lo raro. Apareció en titulares muy selectivos, uno nacional y uno local. Y justo ahora, que andan moviendo piezas en la Justicia, uno la vinculó a un acuerdo entre oficialismo y oposición por la Corte y el otro, como figura clave en el Consejo de la Magistratura.

El innombrable apoyó la cucharita, con gesto pensativo.

-Los medios no publican esas cosas por casualidad, Gastón. Si la están empujando, es porque alguien quiere medir la reacción. La tiran como globo de ensayo: si no vuela, se olvidan; si flota, negocian.

El grandote, chupando el almíbar de la medialuna de su dedo meñique, agregó:

-Además, ¿de dónde sale esa candidatura? Si esa abogada no litigó jamás. Fue asesora un año en el Ministerio de Seguridad y después vivió en el Congreso. No tiene ni antecedentes judiciales.

-Pero fue siempre fiel a la jefa -acotó el flaco-, y eso vale más que los antecedentes.

Aldo, desde el mostrador, levantó la vista del vaso que estaba secando. Ya conocía ese tono de conversación: se venía otra ronda larga.

-Igual -siguió el magistrado-, la jefa está con tobillera. Es sorprendente que la nombren para un cargo como ese.

-No te sorprendas tanto -le dijo el innombrable, con media sonrisa-. Acá el mérito no siempre está en el currículum. 

El grandote rio fuerte.

-Claro, si la política fuera por currículum, medio país queda desempleado.

Hernán se acercó con la bandeja, para levantar las tazas y los interrumpió.

-Esperá un minuto -le dijo el flaco-. Todavía no llegamos a la parte donde se desmiente todo.

Rieron los cinco. Bajando el tono, pero no el interés.

-En cualquier caso -cerró el innombrable, como quien pone un punto final-, si de verdad la quieren para la Corte, es porque el acuerdo está más cerca de lo que parece.

-¿Entre quiénes? -preguntó el magistrado.

-Entre todos -respondió, con esa sonrisa que siempre dejaba más dudas que certezas-. En la rosca judicial, nadie se queda afuera.

Afuera llovía con más intensidad y seguía el murmullo del tránsito.

Mientras tanto, el magistrado comentó algo sobre una nueva causa contra un exministro; el grandote respondió con un audio un mensaje de WhatsApp sobre algo que se caía; el flaco habló de otra encuesta que lo favorecía en un nuevo espacio y Aldo apagó el televisor del fondo y bajó la intensidad de las luces. Sabía que esa mesa seguiría ahí, semana tras semana, diseccionando el país con la misma precisión con que Hernán servía los cortados: con una mezcla exacta de experiencia, escepticismo y paciencia infinita.