Era el primer jueves después de las elecciones, y el aire venía cargado, espeso, como si todavía flotara la sorpresa del domingo. Nadie en el país -ni los ganadores- había imaginado un resultado así. Ni las encuestas, ni los pronósticos, ni los confidentes de los confidentes del poder.
El local es de Aldo, un hombre de bigote prolijo y paciencia infinita, que lleva cuarenta años detrás del mostrador y conoce de memoria los secretos que la espuma de los cafés había escuchado. El mozo, Hernán, es casi parte del mobiliario: flaco, rápido, con el delantal siempre algo manchado, y una memoria asombrosa para los pedidos de "lo de siempre".
A esa hora, el murmullo del tránsito se colaba por las ventanas, y el aroma a café recién molido se mezclaba con el sonido de la radio que Aldo dejó de fondo, bajito, solo para marcar el ritmo de la tarde.
Era el primer jueves después de las elecciones, y el aire venía cargado, espeso, como si todavía flotara la sorpresa del domingo. Nadie en el país -ni los ganadores- había imaginado un resultado así. Ni las encuestas, ni los pronósticos, ni los confidentes de los confidentes del poder.
Ni siquiera El Innombrable, que solía anticipar los temblores antes del sismo.
Aldo estaba detrás del mostrador, limpiando con un trapo húmedo una bandeja de acero. No había dejado de hablarse del tema desde el lunes.
-Yo lo dije, Hernán, lo dije -murmuró, más para sí que para el mozo-. Cuando el pueblo se harta, no hay plan, ni aparato, ni pauta que lo frene.}/
Hernán asintió, sin dejar de preparar el primer cortado del turno.
-Sí, pero igual. ni el propio Gobierno lo vio venir, don Aldo-respondió, mientras apoyaba la taza sobre el platito-. Fíjese que hasta el presidente cambió el tono. ahora hasta abraza a los gobernadores.
La puerta giró con su campanita y apareció el Grandote, con el saco desabrochado y el celular en la mano. Traía cara de dormido y euforia contenida.
-¡Mirá cómo se dan vuelta algunos, eh! -Dijo, apenas cruzó el umbral-. Hasta los que el viernes renegaban, ahora saludan como si fueran parte del triunfo.
Se sentó en su silla habitual, la que le quedaba un poco chica. El Grandote dice ser "asesor legislativo", pero todos saben -sin decirlo- que su verdadera habilidad es la de tender puentes, destrabar licitaciones y aceitar engranajes invisibles. Cuando habla, lo hace con un aire de suficiencia pragmática: "Así funciona, muchachos".
-Yo lo vengo diciendo hace rato: el que sabe leer los vientos, no se hunde. -y levantó el índice, solemne-. Esto fue un voto sorpresa, sí. pero con mensaje.
El Magistrado llegó unos minutos después, impecable, con su saco azul marino y el gesto severo de quien ha leído demasiados fallos y demasiado poco humor.
-Sorpresa o no, el mapa quedó teñido de violeta. En mi juzgado, el lunes, no se hablaba de otra cosa. Ni los propios fiscales lo podían creer. Algunos ya imprimían los comunicados de derrota el sábado -dijo con una media sonrisa-. Y de pronto, todo cambió de manos.
Gastón no es juez, aunque muchos lo creen. En realidad, es secretario de un juzgado cuyo titular apenas pisa el despacho. Por eso, se ha acostumbrado a ejercer el poder desde la sombra, con la elegancia de quien firma sin rubricar y dicta sin pronunciar.
El Flaco, en cambio, es el político de raza. Ha militado en todos los colores del espectro, con la misma sonrisa y las mismas promesas. Lo suyo no es la ideología sino la supervivencia. "El problema no es el partido, es la coyuntura", repite, mientras dibuja con el dedo sobre la mesa un esquema de alianzas futuras. Nadie lo toma demasiado en serio, pero todos lo escuchan con curiosidad morbosa, como quien mira un gato caer siempre de pie. Entró apurado, como siempre.
-Muchachos, no hay que dramatizar -dijo apenas se sentó-. Esto es la democracia, es dinámica pura. Lo que pasó el domingo es lo más peronista que pudo pasarle al país. ¡hasta cuando se pierde, se gana!
El Grandote se rió.
-Vos decís eso porque ya estás viendo a quién arrimarte, Flaco.
-No, no -respondió el político, acomodándose la corbata-. Lo digo porque hay que estar atentos: el presidente olió el momento. Cambió el tono, se abrazó con todos los gobernadores, los saludó uno por uno, y ahora todos se le alinean como si hubieran sido parte del milagro.
El Innombrable llegó último, en silencio. Nadie lo espera, pero todos saben que tarde o temprano aparece. Nadie dice su nombre. No hace falta. Tiene el don de saber antes que los demás lo que va a pasar. "La cosa es así, muchachos", suele decir, y en esa frase se resumen las semanas, las crisis y los rumores. Nadie sabe en qué trabaja, ni con quién. Pero todos saben que trabaja con todos.
-Les voy a decir algo -empezó, pausado-. Esto no fue casual. El gobierno se durmió en septiembre, sí, pero también aprendió. Lo que pasó el domingo no lo tenían en los papeles, pero ahora lo están usando mejor que si lo hubieran planeado.
El silencio cayó sobre la mesa.
-El presidente cambió de postura -siguió-. No solo ganó, se reconfiguró. Se plantó distinto. Los gobernadores lo vieron firme, y ahora todos quieren estar en la foto. En política, muchachos, el poder no se posee: se transmite por contacto. Y el tipo entendió eso justo a tiempo.
Hernán llegó con la comanda de siempre: dos cortados en jarrito, para Gastón y el Innombrable, café chico bien cargado para el Falco y café con leche con una medialuna para el Grandote. Los observó un instante, bandeja en mano, y no pudo contenerse.
- ¿Y entonces, se viene otra etapa?
El Innombrable lo miró, con esa sonrisa suya que no delata nada.
-Se viene el reacomodo -respondió-. Que a veces dura más que el mandato.
El Magistrado apoyó la taza, pensativo.
-Igual, el país no se arregla con abrazos.
-No -dijo El Grandote-. Pero ayudan a firmar más rápido.
Aldo, desde el mostrador, los observó con la serenidad de quien ha visto cien gobiernos nacer y caer entre cortados y medialunas.
- Veinte fueron. Cuatro no. Y de esos cuatro, uno en particular -el de la provincia de Buenos Aires- se convirtió en el protagonista involuntario de la semana. No lo invitaron. Ni siquiera por cortesía institucional.
El Grandote rió con un bufido.
-Y qué querés, si cuando lo invitaron al Pacto de Mayo se hizo el digno. Ahora se queja porque no lo llaman. Es como el que no va al cumpleaños y después se ofende por no estar en las fotos.
El Flaco, que siempre jugaba al equilibrista, acomodó la servilleta con cuidado.
-Igual hay que reconocer que lo dejaron pagando. Y en política, eso duele más que perder. Lo dejaron hablando solo. y por televisión.
El Innombrable, con esa mirada de quien ya sabe el final de la película, apenas levantó la vista.
-No lo invitaron porque no tenía sentido invitarlo. Lo dijeron así, sin anestesia. "No se puede avanzar a ningún lado con él." -Repitió la frase con un tono burlón-. Esas cosas, cuando se dicen en voz alta, ya son sentencia.
Aldo, desde el mostrador, continuó la charla.
-Yo lo escuché al mediodía, en la tele. Andaba quejándose de que no lo llamaron. Llorando por los medios. Si la puerta la cerró él, ¿qué espera, que le toquen timbre?
Hernán, que seguía parado junto a la mesa, agregó sin levantar la vista:
-Los que más gritan por quedar afuera son los que estaban yendo por la puerta equivocada.
El Grandote apoyó los codos sobre la mesa.
-Lo que pasa es que se quedó sin tablero. Está aislado. El presidente no lo necesita para mostrar federalismo y los suyos lo están sepultando.
-Y encima -interrumpió el Flaco- se pone en víctima. Error de manual. En política, el que se victimiza, pierde capital. La gente perdona al que pelea, no al que llora.
El Innombrable hizo girar la cucharita en el pocillo, como marcando el compás de la conversación.
-El presidente lo leyó perfecto. Lo ignoró. Saludó a los demás con abrazos, chistes, palmadas. Y a ese silencio le puso una banda sonora: la del triunfo. No invitar también es una forma de hablar.
El Magistrado asintió.
-Una omisión con mensaje.
-Exacto -dijo el Innombrable-. En política, el gesto más fuerte es el que no se hace.
Aldo sonrió desde lejos, con ese aire de viejo zorro que no necesita encuestas para entender los cambios del viento.
El Grandote levantó la taza, brindando sin motivo.
-Por los que lloran después de haberse hecho los duros -bromeó.
El Flaco lo siguió:
-Y por los que saben cuándo quedarse callados.
El Innombrable los miró a todos, con esa calma que a veces es más inquietante que cualquier grito.
-Tampoco lo subestimen. Un político dolido puede ser más peligroso que uno derrotado. El próximo movimiento puede ser más ruidoso que esta reunión de veinte abrazos.
-Igual, se vienen días cargados de cambios en el Gobierno -dijo Gastón con gesto serio-. Se mueve el gabinete, o eso dicen.
-Confirmado no hay nada, pero el rumor es fuerte -señaló el Grandote-. El jefe de Gabinete tiene las horas contadas. En cualquier momento presenta la renuncia.
-Y su reemplazo sería el vocero del presidente -dijo el flaco, mirando un mensaje de Whatsapp-. Mirá vos, el que habla, ahora va a ser el que decide.
-Eso pasa cuando el discurso termina ganando la partida -dijo el Innombrable, con media sonrisa-. El que sabe manejar el micrófono muchas veces termina manejando la agenda.
Aldo escuchaba desde el mostrador, distraído pero atento, como quien no quiere perderse detalle.
-Yo escuché lo mismo -intervino-. Que los cambios los iban a hacer en diciembre, pero ahora, con la victoria, se sienten con aire para mover las piezas.
El Grandote asintió.
-Exacto. La victoria da permiso. Si perdían, se venía el temblor. Pero ganaron y ahora el presidente se toma su tiempo. Va a ir cambiando de a poco, con elegancia.
El Magistrado levantó el dedo, como marcando un punto jurídico.
-No olvidemos que eso también es poder: decidir cuándo mover las fichas. El que se apura, se equivoca; el que espera, ordena.
El Flaco, que olfateaba siempre la oportunidad, sonrió.
-Y además hay ministerios que ya piden recambio. Algunos están agotados. Otros se quedaron sin relato. La gente quiere caras nuevas, aunque sean las mismas con otro peinado.
El Innombrable giró el pocillo lentamente entre sus dedos.
-La política es un teatro. Y el presidente, ahora que reafirmó el respaldo popular, puede reescribir el libreto sin que nadie lo interrumpa. Por eso se toma su tiempo. No improvisa: administra el suspenso.
Aldo rió entre dientes.
-Ustedes lo pintan como un director de orquesta, pero a mí me suena más a esos que cambian músicos, no para mejorar la música, sino para que los nuevos toquen al ritmo que él quiere.
-Bueno, Aldo, eso también es política -replicó el Grandote-. Lo importante no es que suenen afinados, sino que sigan el compás del jefe.
Hernán, que secaba vasos detrás del mostrador, se animó a opinar:
-Al final, los cambios siempre se anuncian igual. Primero como rumores, después como versiones, y al final como si fueran un acto de justicia.
El Magistrado lo miró con una sonrisa leve.
-Tenés razón, Hernán. En este país los rumores gobiernan antes que los decretos.
-Lo que el gobierno entendió -dijo el Innombrable, con voz baja- es que después de ganar, el poder se consolida no haciendo ruido, sino mostrando calma. El cambio no necesita estridencia, necesita tiempo.
-Lo increíble, es que el país está tranquilo -señaló Gastón, casi suspirando- Todo tranquilo, y con el dólar estable. Eso sí que no lo tenía nadie en las encuestas.
El Grandote, casi incrédulo, asintió.
-Todos se cubrieron comprando dólares antes de la elección, pensando que se venía el diluvio, y ahora tienen que salir a vender para pagar sueldos, y más barato. Les salió el tiro por la culata.
-Y lo más curioso es que nadie se animó a remarcar. El miedo al salto inflacionario era general, pero los precios se quedaron quietos. Es como si el país hubiera respirado hondo por primera vez en meses. -remarcó el Innombrable.
Aldo, desde el mostrador, levantó una ceja.
-Yo no entiendo mucho de economía -dijo-, pero cuando el dólar baja y el café sigue costando lo mismo, algo raro pasa.
Hernán, mientras servía a los clientes de otra mesa, acotó:
-O algo bueno, por una vez.
El Magistrado tomó la palabra con su tono de seminario judicial.
-Lo curioso es que se dio uno de los movimientos preelectorales más fuertes en mucho tiempo. Los pesos volaron al dólar, se vaciaron cuentas, se cubrió todo el mundo. Y sin embargo, después de las elecciones, el mercado se calmó. No hubo corrida, no hubo sobresalto.
El Grandote añadió, golpeando suavemente la mesa con el dedo índice:
-Eso muestra confianza. Y la confianza, en economía, es más fuerte que cualquier plan. La victoria ordenó las expectativas.
-Y los precios también -dijo el Flaco-. Los empresarios están midiendo los tiempos. Saben que no hay clima para remarcar.
El Innombrable se inclinó hacia adelante, con ese tono suyo que siempre bajaba la temperatura del diálogo:
-El gobierno ganó tiempo. Y en política, ganar tiempo vale más que ganar elecciones. El dólar tranquilo, las acciones subiendo, los bonos recuperándose, el riesgo país cayendo fuertemente. eso le da aire. Y con aire, puede mover las fichas que le faltan y meter las reformas profundas.
Aldo, mientras secaba unas copas, comentó:
-Mirá vos. quién diría que después de una elección íbamos a tener calma. Antes siempre era al revés: primero el susto, después el discurso, y recién ahí la calma.
El Magistrado lo miró.
-A veces la política y la economía se ponen de acuerdo por casualidad. Pero cuando pasa, el país descansa un poco.
El Grandote levantó la taza.
-Brindemos por eso. Por un dólar tranquilo y por sueldos que todavía se pagan.
Gastón lo siguió, irónico:
-Y porque los que se cubrieron, ahora tengan que salir a vender. Eso también es justicia poética.
El Innombrable sonrió apenas.
-La economía argentina tiene una lógica que ni los economistas entienden. Es como un gato: siempre cae parada, aunque nadie sepa cómo. Pero así y todo, el país no necesita milagros.
Solo necesita que por un rato nadie meta ruido.
El silencio que siguió fue breve pero cómodo, como si todos coincidieran por primera vez en algo.
Hernán miró por la ventana y dijo, con los ojos cerrados:
-Qué raro se siente cuando no pasa nada malo.
-Preguntale a los jubilados políticos-dijo Aldo, mientras se ponía el repasador al hombro
-.Hoy el tema también son ellos.
El Grandote se rió fuerte.
- ¡Y hay una epidemia! -exclamó-. No quedó uno en pie. Todos afuera del juego, todos rebotando en las redes.
El Flaco, con su cinismo habitual, se acomodó en la silla.
-Algunos ni siquiera alcanzaron a jubilarse, los sepultaron sus porcentajes mínimos. Y otros, están tan desorientados, que todavía no se dieron cuenta.
El Innombrable, los miró con una ceja levantada y resumió:
-Es el ciclo natural. Cada elección deja su camada de ex dirigentes. Algunos lo asumen, otros lo niegan. Pero la gente, cuando suelta, suelta en serio.
-Yo los vengo viendo hace años -dijo Aldo-. Cambian los nombres, cambian los slogans, pero siempre pasa lo mismo: los que pierden, se enojan con el votante.
Hernán asintió.
-Vi varios posteando en redes, insultando a la gente. Como si los ciudadanos tuvieran la culpa de no votarles.
El Grandote se rió.
-Sí, es tremendo. Pierden y encima se ofenden. Ni los hinchas del descenso lloran tanto.
El Magistrado tomó el celular, buscó una nota y leyó en voz alta:
-"Derrota histórica: el único gobernador peronista que perdió en su provincia".
-Y lo peor es que la vieja-la "condenada"- quiere volver al centro de la escena. Salió a festejar la derrota, con baile y sonrisa, y después se despachó con críticas al gobernador.
El Innombrable dejó el pocillo sobre el plato.
-Eso no es política, eso es negación. El poder, cuando se acaba, se nota en la mirada. No hay discurso que lo disimule.
El Grandote frunció el ceño y asintió.
-El peronismo está hecho pedazos. Atomizado. Todos quieren ser el nuevo jefe, pero ninguno tiene gente ni carisma. Ni la condenada, ni su hijo, ni Sergio Tomás de la buena, ni el pequeño Axel. Ninguno mueve una baldosa.
El Flaco, medio en broma, medio en lamento, dijo:
-Nos quedamos sin jefe y sin épica. Lo único que nos queda es discutir quién fue menos culpable de la derrota.
El Magistrado suspiró.
-La historia es cíclica. Pasa cada tanto. El peronismo muere mil veces y resucita otras tantas. Pero esta vez da la sensación de que el cuerpo no reacciona.
El Innombrable sonrió apenas.
-No subestimen su instinto. Hoy parece derrotado, mañana puede estar otra vez en la mesa. Lo que pasa es que ya no lo conduce nadie. Ni siquiera ella.
Aldo, desde el mostrador, intervino con tono sereno:
-Cuando el jefe se apaga y no hay heredero, empiezan los coros desafinados. Todos quieren cantar el tema principal, pero nadie se sabe la letra.
El silencio fue breve. Afuera, la noche ya cubría las vidrieras, y el reflejo de la luz hacía parecer que todo estaba detenido.
El Grandote rompió el silencio con ironía:
-Bueno, por lo menos tenemos paz. Ya no hay cadena nacional ni militancia digital gritándonos en los comentarios.
El Flaco se rió.
-No cantes victoria. Dale dos semanas y alguno inventa una "renovación federal" o una "corriente democrática popular". Siempre vuelven con nombres nuevos.
El Innombrable, pensativo, tituló:
-Esta vez no es cuestión de nombres. Es cuestión de tiempo. El país cambió de piel. Y ellos, todavía no se dieron cuenta.
Aldo apagó la radio y, como siempre, los miró con una sonrisa indulgente.
-Muchachos, yo los escucho cada jueves, y me doy cuenta de algo: los políticos pasan, pero las medialunas siempre vuelven.
Rieron todos, incluso el Innombrable.
El reloj de la pared marcaba las nueve y media cuando Aldo apagó las luces del fondo. Afuera, la ciudad seguía su rutina, indiferente. Pero en la cafetería quedó flotando el eco de esas voces, como si el país entero se hubiera resumido, una vez más, en una conversación de café entre cuatro viejos amigos que hablan de política.
-Jubilados políticos. -murmuró Aldo-. Si al menos cobraran la mínima por los daños que hicieron. La sorpresa, al final, no fue el resultado. Cada jueves me doy cuenta de lo mismo: la política argentina es como este café. Puede ser fuerte, puede ser amargo. pero siempre vuelve a servirse caliente.
Y mientras cerraba el local, pensó que, quizás, la verdadera noticia no era que el dólar bajara o que los bonos subieran, sino que el país, por una vez, había decidido no asustarse.