Ángeles Sonzini cuenta cómo nació la decisión de cruzar el océano en familia, los desafíos de la vida a bordo y los aprendizajes que marcan una travesía que cambió su forma de vivir
La familia Barbier Sonzini, de origen franco-argentino, eligió un camino poco convencional: criar y educar a sus tres hijos a bordo de un velero mientras cruzan el Atlántico. Ese giro radical nació de un momento casi casual, pero terminó marcando el rumbo de toda una vida.
Ángeles Sonzini Astudillo recuerda con nitidez cuándo el sueño se volvió plan: fue una noche de sábado en una cena con amigos que ya habían hecho ese viaje. A la mañana siguiente, desayunando con Timothée, dijeron: Bueno, hagámoslo. Lo siguiente fue buscar el barco, los seguros, acomodar trabajos y el colegio de los chicos. Todo se dio tan bien que se preguntaron por qué esperar. La decisión empezó el 14 de marzo y zarpó el 27 de julio.
La ruta quedó trazada como un mapa en el living. Durante julio y agosto navegaron desde La Rochelle hacia Sables-d'Olonne, Belle-Île y Les Glénan; el 25 de agosto partieron oficialmente. El plan siguió por el Golfo de Vizcaya, Galicia, Portugal, Madeira, Canarias y Cabo Verde, con un cruce del Atlántico hacia el Caribe entre diciembre y marzo, para regresar en mayo de 2026 vía Azores.
Pero esta historia comienza mucho antes. Ángeles y Timothée ya formaban una familia acostumbrada a moverse entre culturas, lenguajes y mares. Ella, directora en una empresa tecnológica; él, presidente y director general de otra firma. Sus hijos -Gastón, de 11; Vasco, de 9; y Charlie, de 6- completan la tripulación. Se conocieron gracias a primos en común cuando Ángeles viajó a Francia para acompañar a su hermana. Ese encuentro casual resultó en una relación que creció con el tiempo, con estancias en Argentina y Francia, hasta llegar a casarse.
Antes de regresar, la hermana de Ángeles le dio su número a Timothée con una especie de esperanza secreta. Ella se quedó un año, la relación se fortaleció, él aprendió español y la vida tomó otro ritmo. Un año antes del gran viaje compraron un trimarán de 28 pies en La Rochelle, aprendieron en el agua la navegación necesaria y se prepararon para enfrentarse al océano abierto con sus hijos.
Cuando llegaron a Mindelo, en Cabo Verde, Ángeles sintió con claridad que estaban realmente cruzando el umbral: había algo de estrés por adentrarse en el mar, pero también una felicidad y adrenalina enormes. Lo que más la sorprendió fue la paz de sus hijos, tranquilos y confiados, testimonio de la confianza que tenían en sus padres.
Las edades también jugaron un rol. Para Ángeles, era un desafío físico que influyó en la decisión: en Gran Canaria hizo compras, miles de pasos y mucho esfuerzo para llevar todo al barco. Pero lo más importante, dijo, es la edad de los chicos. Con 11 años el mayor todavía veía a sus padres como centro; a esa edad, según contó, muchos adolescentes se enfocan más en los amigos. Para ellos, por ahora, lo más importante siguen siendo los padres.
Esta familia no solo cambió de residencia, sino de manera de habitar el mundo. Su historia es un testimonio de que el deseo de vivir distinto, de asumir riesgos y de sumar aprendizaje en cada puerto puede convertirse en un proyecto de vida real, sostenido por el mar, los vínculos y la confianza mutua.