Argentina Historia de vida

Tres generaciones, un mismo sueño: cruzar los Andes como San Martín

Agustín Pérez tiene 13 años y vive en Pueblo Andino, a 40 kilómetros de Rosario, en Santa Fe. Desde muy chico escuchó a su abuelo, Ariel Gustavo Pérez, contar sus aventuras cruzando la Cordillera de los Andes.

Lunes, 3 de Noviembre de 2025

Agustín Pérez tiene 13 años y vive en Pueblo Andino, a 40 kilómetros de Rosario, en Santa Fe. Desde muy chico escuchó a su abuelo, Ariel Gustavo Pérez, contar sus aventuras cruzando la Cordillera de los Andes, un trayecto que él ya había completado 11 veces. Su padre, Nahuel, también había hecho la travesía en dos ocasiones. Pero nunca imaginaron que, un día, las tres generaciones se embarcarían juntas en la misma travesía histórica que realizó José de San Martín hace más de 200 años.

En febrero, Agustín, Nahuel y Ariel comenzaron la expedición que los llevó durante ocho días a recorrer más de 260 kilómetros de montaña, entre caballos y mulas, sin señal, sin tecnología, concentrados únicamente en avanzar y superar cada desafío que les imponía la Cordillera. "Hasta ahora no hay registro de chicos de su edad que hayan hecho este cruce", confiesa Ariel, emocionado, mientras recuerda los paisajes imponentes y el esfuerzo físico que cada jornada exigía.

Para Ariel, historiador y escritor sanmartiniano, este viaje no era solo una travesía, sino una manera de vivir la historia. Con seis libros publicados sobre el Libertador, sabía que para escribir había que experimentar. "Mi primer libro lo hice después de cruzar los Andes siete veces", asegura con una sonrisa. Cada viaje, cuenta, fue distinto: el primero, lleno de adrenalina y miedo; el segundo, solo, enfrentando climas extremos; y el tercero, inolvidable, porque pudo compartirlo con su hijo.

Nahuel coincide: "Para mí, llevar a Agustín fue muy especial. Tenía miedo de que fuera demasiado joven, pero su entusiasmo nos contagió a todos. Aprendimos que hay que soltar los miedos y disfrutar de la experiencia". Durante las jornadas, la familia compartió el camino con arrieros sanjuaninos, expertos en la montaña, que guiaban a los viajeros y transmitían su conocimiento ancestral sobre la Cordillera.

Agustín también llevaba a un amigo, Valentín Rolla, quien junto a sus padres se sumó a la expedición. "No hubiera sido lo mismo sin él", dice Agustín, recordando cómo los días se llenaron de historias, risas y desafíos compartidos. Para el joven, los paisajes fueron sorprendentes y la dificultad del camino, más llevadera de lo que imaginaba. Antes de esta experiencia, ya había hecho una cabalgata piloto de seis días a caballo por Jujuy, y ese primer acercamiento le dio confianza para enfrentar la travesía de los Andes.

El itinerario exigía organización: partieron de Barreal, San Juan, y en una combi subieron 40 kilómetros hasta el puesto de Gendarmería Álvarez Condarco. Desde allí, la Cordillera se desplegaba ante ellos: ríos, montañas, nevadas ocasionales y horas interminables sobre los caballos. Cada día había que optimizar el espacio en las mulas cargueras, y la comida se limitaba a guisos de verduras, arroz, fideos y carne solo los primeros días, imitando la logística del ejército sanmartiniano.

Para Ariel y Nahuel, cada cruce es una lección de perseverancia, pasión y humildad. "Estos viajes son difíciles, pero valen cada esfuerzo. Te desconectás del mundo, aprendés a valorar lo mínimo, y entendés que la historia se vive mejor cuando la sentís en tus propios pies", reflexiona Ariel. Nahuel agrega: "Al principio me preocupaba cómo estaría Agustín, pero pronto comprendí que mientras estemos juntos y guiados, todo va a salir bien".

Hoy, Agustín mira atrás y sonríe. A sus 13 años ya puede decir: "Crucé los Andes con mi abuelo y mi papá". Una experiencia que no solo los unió como familia, sino que les enseñó a enfrentar desafíos, valorar la historia y descubrir la grandeza de compartir aventuras que trascienden generaciones.